jueves, diciembre 31, 2020

Happy New Year.

 


Mosca Tras La Oreja.

 Pues eso, ¡Feliz 2.021! (y que Nostradamus se equivoque, porque como acierte nos vamos a cagar).


miércoles, diciembre 30, 2020

No Sólo Las Paredes Oyen.


 

Propósitos Indecentes.

Llega la hora y anoto en mi agenda una mediana lista de propósitos de nuevo año. No deseo exigirme demasiado a mí misma. Lo primero y esencial: Reunir de nuevo a mi puñado "gatos aquitanos" que siempre me han protegido como una fiel guardia pretoriana. Porque... la información no sólo es poder. Proporciona muchas más ventajas tangibles e intangibles.

martes, diciembre 29, 2020

Gente Corriente...

 


... Y Que El 2.021...

 ... Nos devuelva lo que nos arrebató el maldito 2.020. 

Por un 2.021 normal, que pedirlo feliz igual es pasarse un poco. 

Existiré mientras alguien me lea. Gracias y empecemos bien el año.

lunes, diciembre 28, 2020

Las Razones De La Serpiente.

 


Un Paseo Por La Cólquida.

He soñado con mis pies descalzos caminando por la Cólquida mientras escuchaba la música de un mar negro y embravecido. Sonrío. Por fin puedo entender la satisfacción de sentir en mi interior los latidos del corazón de  Medea.

miércoles, diciembre 23, 2020

Descanso Navideño De La Dirección (Ja, ja, ja).

 


Recuperando Resuello.

 Que yo también tengo derecho... creo. Venga, regreso pronto: Felices fiestas a tod@s y ¡A la mierda, 2020!

martes, diciembre 22, 2020

Un Año De Vacaciones (Subsidiadas, eso sí).

 


El Año Que Vivimos Peligrosamente.

 Y por si fuera poco lo que tenemos encima, ahora la fedorrilla del rey de Marruecos, amenazando con la declaración de guerra por Ceuta y Melilla. ¡Hay que joderse con el puto año que llevamos!...

domingo, diciembre 20, 2020

Respirando Cuchillos.

 


El No-Tiempo (I).

Un ligero toque en el brazo me despertó. Me había quedado completamente dormida viendo las noticias, como casi siempre. Todavía aturdida abrí los ojos y escuché una voz de hombre en voz baja que me susurraba:

Lamento molestarte, hija, ¿me puedes ayudar con el mando del satélite?—se me heló la sangre en las venas, era la voz de mi padre—. Es que quiero ver el partido del Madrid, y no consigo hacerme con este chisme complicado.

De momento no pude articular palabra. Allí estaba él, tendiéndome el mando del decodificador, que agarré instintivamente. Le miré de arriba a abajo. Era él, sin duda. Llena de confusión  le pregunté:

—Pero... ¿tú qué haces aquí?,  ¡llevas dos años y medio muerto!...

Mi padre me miró asombrado, y en un gesto característico suyo, toco repetidas veces la madera de la cajita tallada que descansaba sobre la mesa con todos los dedos encogidos menos el índice y el meñique:

—¡Lagarto, lagarto!—exclamo algo asustado y de manera supersticiosa—. Pues vaya sueños que tienes, vale que soy viejo, pero no estoy muerto. 

Instintivamente alargué el brazo y le toqué. Noté en la yema de mis dedos la lana suave de su chaqueta y apreté un poco, sintiendo el volumen y la consistencia de su brazo. No había duda: Era corpóreo.

—Anda, que va a empezar el encuentro, y no me lo quiero perder. No te hubiera despertado, pero es que ya sabes, no encuentro el canal.

En silencio busqué la señal, y ahí estaban sobre el verde césped los jugadores blancos pasándose un balón de unos a otros, antes del comienzo del partido.

—Gracias, hija, ¿te quedas a ver el partido conmigo?

—No—le contesté, todavía perpleja, e incorporándome rápidamente, me levanté del sofá—.Tengo algo que hacer...

(Continuará)

S.O. (2.020)

sábado, diciembre 19, 2020

Mirror, Mirror.

 


¡Atención, Pregunta!

 ¿Qué es lo que queda cuando ya no queda nada?...

viernes, diciembre 18, 2020

Trifulcas En El Paraíso De Los Tontos.


 

Conversaciones En La Catedral.

Lo de estas navidades, con la chusma que nos gobierna es como un jeroglífico de los complicados. Con su incapacidad manifiesta de gestión sueltan el muerto a las CCAA. Resultado: Diecisiete libros de instrucciones a seguir, para no cagarla, es para nota. Total, están ocupados peleándose, y claro hay que soltar la mierda hacia donde se pueda, que bastante tienen los pobres con matarse entre sí. Que la ciudadanía esté perpleja, les suda las partes pudendas. Ellos se limitan a gastarse la pasta regalándosela a manos llenas a los fachas jesuíticos del PNV o a los payeses "indepes" catalanes que son el "quiero y no puedo" con respecto a la burguesía. Algunos pierden satélites, otr@s se preocupan sólo de si el coño tiene que representarse de color rosa o azul. Con tono chuloputesco, y bajo su acostumbrada práctica del proxenetismo ideológico, uno dice que hace lo que le sale de ahí, porque tiene ciento veinte escaños, ya que pensar y debatir, para esta gente es como hablar en suagili o en pitjantjatjara (que juro que es una lengua que existe). A ver si Don Stalinito con moño consigue, con el tiempo y los fondos europeos; que el Estado financie la maría y el éxtasis de los ninis y las copas de los borrachos, a efectos de obtener votos y seguir llevándoselo calentito con su señora. Y, desde luego, no pienso que la oposición casposa que padecemos lo vaya a hacer mejor. Ojalá existiera la posibilidad de que Europa echase a toda esta mierda de políticos que tenemos y los sustituyeran por técnicos.

Ahora dicen que vienen las vacunas y es para echarse a temblar. Con el control que tiene esta peña, a algunos les vacunarán cinco veces y a otros, ninguna... Y si no, al tiempo.

jueves, diciembre 17, 2020

El Cuadrado Mágico De La Melancolía.

 


Pereza.

Apoyada en el alfeizar de la ventana, he visto amanecer. El cielo listado en matices parecía publicidad de detergente, de esos que juran que no mezclan los colores. Un poco aquejada de melancolía, pienso en que estoy obligada a continuar, por mucha que sea la pereza y la desidia que me invaden. Luego ha comenzado a llover, pero ahora el clima es algo que me guardo para mí misma. He observado como se ensanchaban poco a poco los charcos, con las hojas secas deslizándose sobre ellos, a modo de viejos bergantines de quillas agujereadas y derroteros perdidos. No me ha quedado más remedio que formularme la pregunta del millón:  ¿Y ahora, qué?... 

miércoles, diciembre 16, 2020

La Comunicación Según Algun@s.


 

Asertividad.

Recordaba ahora las interminables reuniones de trabajo. Eran de todo, menos asertivas. Siempre las aborrecí. Generalmente, las malditas reuniones  solían ser para autobombo de alguno, o para descalificar al resto de los presentes. Decía Winston Churchill muy acertadamente: "No existe una reunión en la que no se puedan decir las cosas de pie, y en diez minutos. Todo lo demás es una pérdida de tiempo". Me he dado cuenta de que estoy ya en la edad de no soportar no sólo reuniones  sino  a fanáticos (parafraseando, de nuevo, a Churchill) que no sólo no pueden cambiar de opinión sino que además no quieren cambiar de tema. Pues eso, "¡qué descansada vida!"... 

martes, diciembre 15, 2020

En Ocasiones Veo Monstruos.

 


Hay Quien Dice Que Fui Yo...

... Pero yo sólo construyo mis propios universos a medida, tal vez para huir de la realidad, tal vez para vivirla de modo más confortable. No temo, ni siquiera desde pequeña, a los fantasmas, a los demonios, a cosas así con las que nos han tratado de inculcar miedos atávicos. Sólo hay algo a lo que sí temo, que me eriza el vello, no por lo terrorífico, sino porque es algo capaz de ahogarte, de absorberte el alma y volverte tristemente gris, como los Dementores de Harry Potter, como el Odradek de Kafka con ese sonido seco y crujiente al frotarse las manos. Padezco fobia a esa insania que se llama cotidianeidad y que algunos disfrazan de engañosa felicidad continuada y sin fin, aún a sabiendas de que es una quimera con cabeza de pájaro y cola de serpiente. Pero se escudan en ella, se dejan sobrevolar alrededor por esos pequeños monstruos diarios, como insectos insignificantes pero malignos;  cuya picadura indolora les embrutece día tras día  y cuando respiran les llena los pulmones de ceniza hasta la muerte. Será que he leído a Platón, a Epicuro y a John Stuart Mill y por eso, soy una inadaptada. 



lunes, diciembre 14, 2020

Una De Piratas (De Los De Verdad).

 


La Decisión.

Allá por los siglos XVII y XVIII, las aguas del Caribe estaban infestadas de piratas. Siempre me atrajeron mucho, desde pequeña. Intentaba comprender sus motivos, su desesperación, su crueldad.... En cualquier caso, muchos de ellos eran capaces de poner a prueba la cobardía o la valentía de un hombre. Cuando algún marinero cometía una falta, si el capitán del barco pirata no era un sádico extremo, que le hiciese ahorcar del trinquete o del palo de mesana,  optaba por abandonarle a su suerte en un islote desierto. Lo único que le dejaban era un galón de ron y una pistola con una bala. Simplemente, le obligaba a decidir. Podía racionarse el ron, comer hierbas y aguantar con la esperanza remota que otro buque le recogiese. La otra opción era descerrajarse un disparo en la boca, y acabar con todo. Siempre me he preguntado cuál de las dos decisiones era la más valiente. Y muchas, muchas noches, me imagino en su caso, en su pellejo torturándome con el dilema de plantearme si esa esperanza merecíó la pena.


domingo, diciembre 13, 2020

Windows 2.021.

 


Planes De Futuro.

 Sentarme con un cigarro y un café, mientras observo cómo se desmorona el mundo.


sábado, diciembre 12, 2020

El Corazón De Sísifo.


 

Suddenly...

 ... Algo me pesa como si transportase una enorme losa sobre mi espalda. Otro fragmento de mí  que se  partirá en dos...


viernes, diciembre 11, 2020

Mi Mundo De Café.


 

El Precio (Y IV).

 .../... Alicia guardó la caja en la gaveta inferior del escritorio y se dispuso a descolgar el auricular. Al hacerlo, no tuvo ni siquiera tiempo de hablar, una voz aguda gritaba atropelladamente al otro lado del aparato:

“¡Shoshoooo!, open the door please, que me estoy meando, corre”.

Inmediatamente reconoció el acento y el desenfadado modo de hablar de su amiga Teresa, quien se pasaba a menudo por casa de Alicia, para tratar de animarle los días con su gracejo llanito, a sabiendas de que la ex-editora atravesaba una crisis personal muy dura. Pulsó el botón de apertura manteniendo el dedo durante unos largos instantes para asegurarse de que su amiga consiguiese abrir sin tener que alborotar escandalizando a todo el vecindario. Alicia dejó la puerta entornada, para evitarle la demora a la apurada Tere y se dirigió a la cocina, para servirle un café.

—¡Uf, no podía más!— exclamó su amiga, al salir del baño, quien acercándose a Alicia, le plantó dos sonoros besos en las mejillas y luego le preguntó—. ¿Cómo andas de ánimo hoy?

—Esencialmente igual, pensar en ella me daña—respondió Alicia con una mueca tristona en el rostro.

—Pues ya va siendo hora de que empieces con la higiene mental, “shosho”, que ya está bien de arrastrar penas por las esquinas, y menos por esa vasca siesa  y amorfa que no las merece.

Alicia se rio. Una de las muchas cualidades de Tere era su capacidad de hacerla reír a carcajadas con su. lenguaje jocoso y  soez, a pesar de ser una brillante traductora del Foreign Office. La gibraltareña prosiguió con su perorata:

—Mira que yo no soy quien para dar consejos, porque también me meto en marrones del quince, incluso con facinerosos impresentables; pero a mí me dura menos y a otra cosa.  No sé qué es lo que te ha hecho esa tía, que llevas semanas más mustia que el crisantemo de una fosa común.

—Yo tampoco lo sé. Pero el caso es que aquí estoy, volviéndome loca.

Tere apuró de un sorbo su café y se levantó del sofá como impulsada por un resorte. Y tirando de Alicia para izarla,  añadió:

—Tú lo que estás es loca del coño, darling. Nunca se debe de confiar en la vuelta de nadie, son quimeras, pajas mentales; hay que cerrar los asuntos— sin dejar de hablar se encaminó al perchero y descolgó el chaquetón y el bolso de Alicia—. Ahora mismo nos vamos a tomar el aperitivo, que ya es la hora. Además, me crucé al venir con Gaby, el de la Cervecería Cabo Trafalgar, y me ha pasado información privilegiada: Acaban de recibir una partida de camarones de mi tierra, y no me vas a hacer el feo de no permitirme invitarte a unas tortitas para que se te pase la morriña.

Alicia se dejó hacer. Sabía que cuando a Tere se le metía algo en la cabeza, era prácticamente imposible oponerse, como cuando en sus años de colegio juntas, la arrastraba a cometer todo tipo de trapacerías, jugándose ambas la expulsión por parte de las estrictas y estiradas RRMM Irlandesas; así que se abrochó el chaquetón y salió tras ella.

Unas semanas después, Alicia se levantó de la cama y le dio pereza contemplar la pila de manuscritos que descansaban sobre su escritorio. Hubiera querido negarse cuando la designaron para formar parte del jurado del Premio Amadís de Gaula de novela corta; pero por no desairar a Enrique Salmerón, su antiguo compañero y ahora dueño de la prestigiosa editorial que le traspasó Alicia cuando se jubiló, aceptó.

Como siempre se preparó el café completamente negro y una tostada con aceite de oliva, y mirando con angustia los papeles amontonados, decidió que leería antes el periódico que le dejaban cada mañana en la puerta, mientras desayunaba parsimoniosamente. Desplegó las hojas del diario, una tras otra, percatándose de que las noticias eran la misma mierda de siempre. “No sé ni para qué me molesto en mirar prensa”, meditó, mientras desfilaban ante sus ojos titulares de políticos corruptos, atracos a sucursales bancarias, crímenes de género, un terrible accidente de tren, varios de tráfico, “famoseo” insoportable, cantidades astronómicas pagadas por fichar  futbolistas analfabetos y otras lindezas semejantes. Se hartó y dobló el periódico apartándolo a un lado. Ya iba a comenzar con un manuscrito, cuando recibió un aviso que se quedó grabado en su fotográfica memoria sin apercibirse en el instante en el que lo leyó.  

—¡No puede ser! —se escuchó a sí misma en voz alta.

Alicia volvió a abrir las páginas del noticiero con visible nerviosismo. “Puede ser casualidad, mucha gente tiene las mismas iniciales”, se dijo, tratando de reconfortarse. 

Volvió a pasar sus ojos una y otra vez por el pequeño suelto marginal de la página de sucesos. No daban muchos detalles, pero un sudor frío le brotó del cuerpo.

—¡Mierda! —exclamó en voz alta, mientras corría al ordenador que reposaba sobre la mesa de trabajo de su dormitorio.

Intentó encenderlo en vano. Se le había bloqueado por esa maldita manía de tirar del cable a lo bruto cuando andaba con prisas. Volvió a mascullar maldiciones en voz baja. 

—¿Dónde coño habré guardado la tablet? — pronunció, en su monólogo, mientras revolvía por los armarios y en la cocina—. Más información, necesito más información… ¡joder!...

Tras buscar desesperadamente por toda la casa, finalmente la encontró cargando en una de las repisas del baño. Se llevó consigo el aparato al despacho, lo encendió y buscó los diarios digitales locales de Álava y Vitoria. Allí estaba la noticia totalmente desarrollada. Los datos eran tan macabros como inequívocos. El asqueroso bastardo la había degollado y luego se había arrojado desde la azotea más alta del Salburua esparciendo sus sesos por la calzada. Alicia se derrumbó entre lágrimas… Un “¡Noooo!” se le escapó de entre los labios. En su desolación, golpeó la mesa con las palmas de las manos, tan fuerte, que ésta se tambaleó. El contenido de la taza de café se derramó sobre los folios diseminados por el escritorio…

Alicia permaneció durante unos minutos, que más le parecieron horas, días o semanas, con la frente apoyada sobre la mesa, llorando; hasta que otro de esos zumbidos que le hacían de alarma en el cerebro, reclamó su atención. 

Con los ojos aún anegados en lágrimas y sin mirar, deslizó sus dedos hacia la gaveta inferior del escritorio. Palpando a tientas, la encontró y la sacó. Era la cajita que le había dado el misterioso anciano.

La curiosidad sustituyó momentáneamente a la tristeza. Alicia  arrancó nerviosamente el envoltorio y levantó la frágil tapa. No entendía nada. En la caja había un trocito de hebra de hilo y un papelito doblado. ¿Qué significado tenía?... 

Desplegó con dedos temblorosos, pero con cuidado, la nota. Se ajustó las gafas tratando de descifrar las líneas en hermosa letra cursiva que contenía el escrito.  

P.V.P.: La Esperanza, IVA  y Tasas incluidos.

Siempre recordará que fuere cual fuere el deseo que anhelamos obtener, nos obliga a pagar un precio. Somos tan necios que nunca sopesamos con anterioridad el pago oneroso que nos exigirán. 

                                                                                                                                                     B. N.”. 

Alicia releyó varias veces el papel. Ahora todo cobraba significado. Un significado tan sencillo como terrible.

Entonces, la mujer reaccionó. Tenía que hablar con el anciano. Aquello no podía estar sucediendo. No. Seguro que se trataba de una broma macabra de mal gusto.

Se vistió lo más rápido que le permitieron sus nervios. Se tiró a la calle, corrió hasta quedar sin aliento al llegar a la judería… dejó atrás la confitería de apetitosos olores, la librería de tomos antiguos y la farmacia de tarros con aroma a mentol… Llegó hasta el final del pasaje. Miró a un lado y a otro y no encontró la tienda. Tampoco el hombrecillo sentado a la puerta con el jersey verde raído y la colilla balanceándose en su boca de sonrisa irónica. Por más señas que dio, por más que preguntó, a vecinas de la calle que se arrojaban somnolientas al mercado, tirando de sus carritos de la compra; a comerciantes de la zona, a la patrulla de municipales… Nada, ninguno supo darle razón de ese negocio. Con el aliento perdido, se apoyó en los muros de un edificio. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. 

Ya iba a volver sobre sus pasos, cuando una mujer menuda y muy decrépita por el paso de los años, que caminaba trabajosamente apoyada en un bastón, se detuvo ante Alicia, y observando sus ojos enrojecidos le preguntó con una vocecilla cascada:

—¿Se encuentra usted enferma, señora?

Alicia negó con la cabeza. No tenía pensado decir nada, pero… igual aquella anciana que habría vivido toda su vida en ese barrio, sabría algo del comercio perdido. La interrogó, mientras se enjugaba el rostro con un kleenex.

—Hummm… sí— contestó pensativa la mujer y relató—. Yo no he llegado a conocerlo, me extraña mucho que con su edad tengas  noticia de él. Desapareció mucho antes de venir yo a este mundo, pero mi abuela me hablaba de ese lugar cuando me contaba historias por las noches. Tenía fama de maldito. Las malas lenguas le llamaban la “Puerta del Infierno”, y al dueño parece que le apodaron “Don Mefisto”. A los críos, entonces, nos asustaban con él, amenazándonos con que si no nos portábamos bien, él nos robaría nuestro bien más preciado y se lo entregaría al diablo. Pero ya sabe usted, son… leyendas, nada más que leyendas.


                                           FIN

S.O. (2.020).


jueves, diciembre 10, 2020

... Porque Para Andar Conmigo, Me Bastan Mis Pensamientos.

 


El Precio (III).


.../...

 —Vaya, ¿estoy en una especie de bazar? — se preguntó con voz audible, mientras el  dependiente clavaba una mirada penetrante en el rostro de Alicia, como si pudiera leerla.

—Digamos que… algo así— respondió el viejo, esta vez con un semblante más serio.

No quiso arriesgarse a pedir nada más, porque algo en su interior le advertía de que sería en vano. Sospechaba que, de alguna forma, aquel supuesto prestidigitador se lo presentaría sin pestañear. Inquieta decidió dar por terminadas sus compras y preguntó:

—¿Me dice qué le debo?

El comerciante sacó una gastada libreta de su bolsillo y un lápiz con punta poco afilada. La abrió. Multiplicó y sumó rápidamente. Luego arrancó la hoja y se la alargó a la mujer con las cuentas escritas en una caligrafía cursiva muy hermosa, no sin antes explicarle:

—Son ochenta centímetros por seis con setenta y cinco el metro de cinta, y cincuenta y dos euros su libro. Eso hace un total de cincuenta y siete con cuarenta.

Alicia saco dos billetes de su cartera, uno de cincuenta y otro de diez y se los tendió al anciano. Ni se molestó en preguntarle si admitía tarjetas, porque supuso que la respuesta iba a ser que no. 

El hombre introdujo los artículos en una bolsa de papel marrón, sin distintivo alguno, y la mujer, al ver que también echaba la cajita envuelta en ella, le advirtió:

—Eso no me lo ha cobrado, aunque tampoco sé que es.

—Es su deseo, señora— respondió el anciano con un ligero rayo de malignidad en sus ojos y prosiguió—. No lo abra hasta que reciba una… señal reconocible.

Alicia continuaba algo desubicada con el extraño comportamiento de su interlocutor. Iba a insistirle en pagársela, pero el hombrecillo se le adelantó.

—Verá usted, en la mayoría de los comercios, cuando se les hace un presente a los clientes, el regalo suele estar incluido en el precio de la compra. Nuestro negocio no funciona así. Aquí, el precio va incluido en el regalo. Ya lo comprenderá.

Alicia no entendió muy bien lo que el comerciante quiso decir, pero le empezó a doler la cabeza y agradeció al viejecillo su deferencia, para apresurarse a salir cuanto antes a la calle.

Volvió a su domicilio caminando de nuevo para despejarse. Al llegar, dejó la bolsa de estraza sobre la mesa de su escritorio y sintió la necesidad de prepararse un café. 

Al cabo de un rato, se sentó y sacó los objetos. El libro captó toda su atención. Era una edición soberbia, bien conservada, y su coste más que razonable. Algún día volvería con una lista detallada de volúmenes descatalogados para su amplia biblioteca, a ver si aquel tipo se los conseguía. Luego reparó en la cajita cuadrada, envuelta en un papel similar al de la bolsa, la agitó sin abrirla. Era tan liviana que apenas sentía su peso en la palma de la mano. “Será alguna chuchería sin importancia”, pensó. Hubiera supuesto que estaba vacía, si no fuese por un casi imperceptible sonido que notó al zarandearla. Buscó un abrecartas en el cajón para abrirla cuando en ese mismo instante, la sobresaltó el telefonillo del portero automático…

S.O. (2.020).

(Continuará)


miércoles, diciembre 09, 2020

...De Mis Soledades Vengo...

 


El Precio (II).

 .../... Ella siguió, todavía sin habla, los pasos del hombre; quien cerró la puerta a sus espaldas. La tienda la fascinó nada más traspasar el umbral. El interior se desplegó ante sus ojos en una estancia de altísimo techo, forrada de arriba a abajo de pulcros estantes de madera, en los que no había sino pequeños cajones simétricos, desde el suelo hasta el techo, todos ellos cerrados.

Alicia permaneció boquiabierta, en el centro del local, ante un precioso mostrador decorado con una fila de grandes rombos dentro de los que se podían admirar bellas tallas en ébano que a ella le parecieron escenas mitológicas. 

-¿Qué venderá este hombre?-pensó intrigada mientras observaba con detenimiento los detalles del comercio y concluyó para sí-: No da ni una sola pista de lo que vende o comercializa, es muy extraño. Y lo más curioso aún: No hay ni una mota de polvo. Todo está escrupulosamente limpio y ordenado para ser un lugar tan antiguo.

Mientras tanto, el viejecito se había colocado tras el mostrador sin dejar de mirarla con un aire entre divertido y socarrón. Tenía los codos apoyados sobre el cristal reluciente de la vacía vitrina, sosteniendo la cabeza entre los brazos y balanceando en sus labios los restos del cigarrillo apagado.

Alicia pensó que a lo que más se le parecía era a una vieja mercería, como la que frecuentaba su abuela, en la plaza de Tudescos, cuando se dedicaba a regalarles por Reyes bragas, calzoncillos y calcetines a su media docena de nietos; porque aseguraba que esa tienda era la única donde vendían tejidos en condiciones, a prueba de destrozos infantiles.

-Entonces- la sacó de su ensimismamiento la voz quebrada del hombrecillo-... ¿tiene ya claro lo que desea?...

La mujer permaneció pensativa unos segundos, recordando un retrato. La fotografía de un tipo con pinta de asqueroso  a quien desearía que se tragase la tierra. Ése era el deseo que ofuscaba su mente en aquel instante. Sin embargo permaneció callada. 

El viejo se dio la vuelta, sin hacer ruido, como si flotase en el aire, y su brazo tembloroso se alzó y abrió una de las innumerables navetas de la pared y sacó una cajita. Alicia le contemplaba asombrada. Cuidadosamente, el viejo la envolvió y se la deslizó sobre el pulido vidrio del mostrador. 

-No recuerdo haberle pedido nada- articuló Alicia entre intrigada y divertida-. Todavía no me he decidido. Además, ni siquiera sé lo que me puede ofrecer.

-Si ha leído el rótulo exterior, sabrá que esta antigua casa nuestra, tiene de todo-contestó el anciano y continuó-. Llevamos a gala, en este negocio, no haber defraudado jamás a ningún cliente en más de siglo y medio.

A Alicia le divirtió la arrogante aseveración del viejecito. Decidió ponerle a prueba. 

-¿Tiene cinta bifusional para pegar dobladillos de pantalón vaquero, a ser posible de marca Wonder?

-Desde luego-respondió el hombre, alejándose hacia el extremo derecho de la tienda y repitiendo la misma operación de sacar algo de uno de los cajoncitos-. ¿Cuánta longitud quiere?

-No sé... es para dos pares de pantalones, no muy anchos abajo- contestó Alicia, algo sorprendida.

El hombre desenrolló la cinta parsimoniosamente, y en sus dedos, como salidas de la nada,  se materializaron unas tijeras con las que se dispuso a cortar, tras medir en una especie de regla adosada al mostrador.

-Con ochenta centímetros creo que será suficiente- aseguró el comerciante, sin levantar la cabeza, mientras acababa su labor de corte y envoltura-. ¿Qué más necesita?

Alicia miraba todavía atónita al hombrecillo. Pero decidió subir un peldaño más, para acorralar al viejo. 

-En realidad, salí a buscar otras cosas, pero siendo este local una mercería, dudo mucho que pueda servírmelas, caballero.

El tendero la miró de forma displicente, enarcando una ceja, y le dijo, siempre sin dejar de sonreír y seguro de sí mismo:

-Pruebe usted.

Aquel juego acabó por entretener a la mujer. Y le demandó con toda su mala intención algo imposible, tratando de vencer en la pugna con el  mefistofélico anciano:

-Seguro que no tiene una primera edición traducida del Fausto de Goethe, de 1.826- y desplegó una media sonrisa triunfante.  

El anciano se giró sobre sí mismo, luego se agachó con algún esfuerzo, y abriendo otro cajoncito, extrajo un pequeño volumen, encuadernado en piel de becerro y algo ajado. Se lo puso a Alicia ante los ojos, y lo abrió. Su dedo amarillento le señaló, en las primeras páginas, el sello de la edición.

-Ha tenido suerte, señora, por casualidad nos quedaba un ejemplar.

La estupefacción de Alicia fue en aumento. ¡El libro era auténtico!, ella lo sabía bien. Había trabajado en el negocio editorial durante muchos años, antes de jubilarse, y reconoció, sin dudarlo, que no era un facsímil ni una imitación. No pudo evitar estremecerse....

S.O. (2.020).

Continuará....




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martes, diciembre 08, 2020

A Mis Soledades Voy...

 


El Precio (I).

No dejó ni que el ordenador se cerrase como Dios manda. Arrancó bruscamente el cable del enchufe. Le importaba muy poco que se bloquease. Sintió el impulso de echarse a las calles neblinosas y engelantes de la ciudad sin tomar un rumbo fijo. Se embutió en un grueso chaquetón marinero de paño y colgó la bolsa de su hombro derecho. Luego salió dando un portazo. "Que se jodan los vecinos", pensó. El frío de la mañana era intenso, y la rodeaba con una niebla espesa; además, el cielo amarillento amenazaba lluvia inminente. Apresuró el paso para entrar en calor. Apenas transcurridos unos veinte minutos, se dio cuenta de que se adentraba en las calles angostas y peatonales del barrio judío. "¡Mierda1", masculló. Le sería difícil encontrar un bar para tomar un café caliente. Algo desalentada, continuó avanzando por las entrañas de la judería. Aunque no lo conocía mucho, el barrio siempre le pareció atractivo, como si se respirase algo telúrico o mágico. Sus comercios y edificios centenarios a menudo le proporcionaban sosiego a su ánimo, sobre todo si sus estrechas y empedradas callejas aparecían desiertas debido a lo temprano de la hora. Ralentizó la zancada. Comenzó a detenerse ante los vetustos escaparates incrustados entre portones de oscuras maderas coloniales coronadas de azulejos coloridos, como denominación: La confitería de delicados y apetitosos olores, la librería de antiguallas abandonadas  por desaprensivos herederos que desconocían el valor de la cultura, la botica de preciosos tarros blancos ribeteados de azul con aroma a mentol... Caminaba distraída, sin pensar, o mejor: sin querer pensar. 

Al cabo de un rato, levantó la vista y percibió algo curioso. Un hombrecillo, sentado a la puerta de una tienda, la observaba con atención, y en su arrugado rostro le pareció distinguir una sonrisa que parecía ofrecerle. Ella descartó que nadie le fuese a sonreír a esas horas y con ese frío. Seguramente, caviló, sería para sujetar la colilla consumida que se entreveía entre sus labios... Miró el comercio sorprendiéndose de no recordarlo para nada. En la cartela de loza valenciana se podía leer: "Tenemos todo.- Ben Nassar-Lo que pueda necesitar, desde 1.863".

¿Cómo diablos no conseguía recordar esa tienda?, habría callejeado por esa zona decenas de veces, y sabía, en su fuero interno, que ese cartel difícilmente lo hubiera olvidado. No obstante, se asomó la amplia cristalera de la tienda y se sorprendió de no ver artículo alguno, simplemente la tarima inmaculada y brillante de un marrón rojizo. Entre asombrada y divertida, se volvió al anciano que no le había quitado la vista de encima y cuando iba a preguntarle, el hombre se le adelantó:

-Sí, tengo lo que desea. 

Ella no pudo reprimir una carcajada. ¿Qué sabría aquel viejito de jersey verde raído, tan atemporal como él, lo que ella deseaba o necesitaba?...

-Entre, compruébelo usted misma- volvió a decir el anciano, quien se levantó a duras penas de su asiento, para franquearle el paso-. No se arrepentirá... 


S.O. (Extinguiéndose, como tantas otras cosas, el  funesto 2.020).

(Continuará)


lunes, diciembre 07, 2020

Ambición.

 


Altius, Citius, Fortius.

De eso se trata, de aguantar los golpes, las situaciones tensas, los malos rollos, los desprecios. Sólo hay que saber que siempre tengo guardado un fino estilete escondido bajo la manga. La mejor aliada, la sorpresa. No estoy vencida aunque todos lo crean. Únicamente espero para asestar el golpe certero de gracia. En el día justo, en el instante preciso. De momento, mejor pasar por estúpida y... que transcurra el tiempo, hasta que yo, y solamente yo, lo juzgue oportuno.


domingo, diciembre 06, 2020

Añicos.

 


Limpiando El Polvo.

A punto estoy de romper algo. Y esta vez no es por mi proverbial torpeza y "patosidad", que me sobran y mucho para ser especialista en hacer añicos los trastos frágiles. Creo que me van a ayudar el hastío y el desencanto, que adolecen de mucha mala idea para empujarme.


viernes, diciembre 04, 2020

El Agua Al Cuello.

 


Quemando El Año Maldito.

Y proponiéndome empezar el nuevo año rompiendo, de una vez, la baraja de este puto juego ajeno y frustrante  que me está amargando y agobiando; y al que no le encuentro, ya, sentido alguno.

jueves, diciembre 03, 2020

Víctimas De Los ERE.

 


Se Va A Liar.

No es por ser agorera, pero esto pinta muy mal. Aparte de la tónica general del empleo es estar más parado que la comadrona de la reina Fabiola (q.e.p.d.), los militares ya hablan de veintiséis millones de balas que necesitan; y eso sí que me ha sonado a crujido en el cerebro. En el 36 empezaron con la tontería y acabaron todos por el suelo. A tocar madera (sin patas, ¿eh?, que si no no funciona). 


martes, diciembre 01, 2020

La Duda.

 


Luchas Interiores.

¡Qué dura se me hace, a veces, la vida!... Complicado esto de debatirse continuamente entre Kierkegaard y Los Chunguitos. Toda una cuestión existencial.